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Una obra de amor que salva vidas en Oberá

plazaActualmente, la Aldea Infantil SOS de Oberá alberga a 92 niños y jóvenes que fueron derivados por la Justicia debido a diferentes situaciones de abandono, marginalidad o abuso.
Se trata de una obra incomparable, una segunda oportunidad en la vida de decenas de inocentes que encontraron refugio para escapar del infierno que les había deparado la lotería de la vida, el azar del lugar donde nacieron.
Pero el amor y las buenas acciones, la vocación humana de ayudar al prójimo, pueden revertir hasta el destino más tremendo. Y las madres SOS lo demuestran con acciones cotidianas.
Alimentan los cuerpitos desnutridos, curan heridas y consuelan el alma, prestan el hombro para las lágrimas más tristes y enseñan a reír, a vivir en familia y amar, sin dudas la mejor enseñanza que se lleva alguien de este mundo.
La sede local de Aldea Infantil SOS fue inaugurada en 1979, se financia con fondos provenientes del exterior y los niños y jóvenes residen en casas dentro del predio, más una externa, cada una de ellas a cargo de una mamá del corazón.
Estas mujeres tienen un papel clave dentro de la estructura de la institución y cada una tiene a su cargo entre ocho y diez chicos, los que pueden ser hermanos entre sí, ya que el espíritu de la institución es mantener los vínculos. Incluso, los familiares biológicos pueden visitarlos.
La premisa de la institución es agotar los caminos para que los chicos mantengan sus lazos familiares; pero también hay casos donde ni los padres, abuelos ni tíos quieren hacerse cargo de los menores. Recién en esta última instancia se habilita la posibilidad para una posible adopción.
Las familias disponen de un monto mensual para gastos y lo administran según su criterio y necesidades. Ellas buscan precios, recorren y se pasan los datos, como buenas vecinas y amigas.
En tanto, cada casa dispone de autonomía y las madres son el motor de la familia, al tiempo que cuentan con el apoyo de profesionales si la situación lo requiere.
De los 92 chicos y jóvenes que residen bajo el paraguas de la Aldea, 33 son mayores de 18 años y decidieron seguir bajo el régimen institucional para culminar sus estudios y seguir ligados a sus afectos, ya que muchos conviven con sus hermanos.
El sistema de la institución se considera de avanzada, puesto que no sigue los parámetros de los denominados patronatos, donde los menores estaban hacinados a la espera de la adopción.
En la Aldea estudian, hacen deportes y cada vivienda tiene su autonomía. En los últimos años varios jóvenes criados en la institución se destacaron en atletismo y hasta obtuvieron becas para estudiar en el exterior.
“Nuestra misión es profundizar el trabajo con la familia de origen”, subrayó la directora, Gisela Knipp y agregó: “Creo que hay que cambiar la concepción. La adopción es darle familia a un nene y no satisfacer una necesidad de paternidad de un matrimonio o alguna persona. Hay que revertir eso de: quiero un nene, pero tiene que cumplir determinadas características, me sacan de este esquema y lo devuelvo». También ponderó que en la mayoría de los casos la revinculación se da a partir del compromiso de abuelas y tíos, más que de los propios padres.

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