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Andresito, caudillo sin imprecaciones

En homenaje al prócer misionero en ocasión de su aniversario damos paso a una nota especial de Telam escrita por Lucrecia Jeanneret (*) y que publicáramos en Pregón Misionero el 12 de agosto de 1981. Lo hacemos porque además del pulido estilo literario, aparecen particularidades de la vida de Andresito en momentos en que los misioneros, habiendo valorizado vida y actuación del prócer, están ávidos de conocer más detalles del preclaro guaraní.
Andrés Guacurarí, o Andresito, llamado así por su baja estatura, hijo de una india, nació en San Borjas –hoy Brasil- el 30 de noviembre de 1778 y pasó su infancia en Santo Tomé –hoy Corrientes- en el territorio de las misiones jesuíticas, donde los guaraníes resultaban carne de mercancía fácil de los bandeirantes, que tenían así esclavos para sus tareas, especialmente en los dilatados cafetales.
En 1811 o 1812, se produjo su encuentro con José Gervasio de Artigas, en Salto Chico o Ayuí, en fecha imprecisa como el lugar de ese acontecimiento.
Muchos se preguntaron que había hallado el oficial aristocrático de origen, en un indio como tantos; y aquí Vicente Miguel Martínez nos da la respuesta: “Como buen indio guaraní, Andrés era callado y taciturno. No sabía reír, apenas dibujaba, de vez en cuando, la sombra de una sonrisa en su rostro carnoso, ligeramente rojizo y lampiño. Pero sus ojos, pequeños y entreabiertos, tenían, en cambio, un fulgor singular. En el fondo de su mirada Artigas descubrió, sin duda, algunos signos inequívocos de valor y lealtad y descubrió asimismo, a través de las parcas expresiones del indio al baqueano y rastreador que va en derechura a los vados del río, ocultos en la maraña del bosque o en las sendas que permiten avanzar entre los juncos del bañado, o la huella que entre los altos pastos ha dejado la patrulla invasora, o los atajos, que acortan las distancias y por los cuales sorpresivamente se logra atacar las retaguardias tropas enemigas”.
“Conociéndose la manera de ser de Artigas –prosigue- su larga experiencia, su gravedad en actos y palabras, su trato severo y frío, su circunspección, en fin, debe pensarse que la confianza tan honrosa como extensa y firme que el héroe oriental dispensaba al guaraní, fue obra de lentas comprobaciones”.
Andresito fue adoptado por Artigas como su hijo y comenzó a revistar en la caballería gaucha de los blandengues, demostrando sus condiciones de táctico para la guerra, que se agudizan en el disciplinado cuerpo. Tiene, además, como Artigas, el mismo sentimiento profundo de rechazo a la ocupación y al atropello, y conoce el sometimiento y la opresión. Y cuando a los dos años después el general oriental lo designa “Ciudadano y Capitán de Blandengues y Comandante General de las Provincias de Misiones”. Inteligente como era –cita Enrique Patiño- comprendió las ideas de su padre político y aceptó la misión de defenderlas con la constancia y el valor con que lo hizo”.
Comenzó la incorporación de los guaraníes a las huestes de Andresito, a su autoridad de caudillo que no se mostraba ni en gritos ni en imprecaciones. Se suceden las reivindicaciones: Candelaria, San Ignacio, Loreto, Santa Anda, Corpus y Paso de Itapúa.
Siempre lo acompañaba un sacerdote en sus campañas –era absolutamente creyente- y su destreza en el manejo de la lanza y caballería, no le impide hablar y escribir el castellano, el guaraní y el portugués.
No se limita al arte de la guerra por una confederación de pueblos libres: se trabaja en una fábrica de pólvora, se labora el hierro para las chuzas y se desarrolla la agricultura y la ganadería. Los Cabildos son administradores de los pueblos, criterio que también emplea en Corrientes.
En el libro titulado “Andresito Artigas en la emancipación americana”, Salvador Cabral, ha rastreado las huellas de Andresito a través de documentaciones y de colegas suyos, y ha desmenuzado exhaustivamente su personalidad.
“El indio –explica- cumple en el movimiento artiguista el papel principal; es que en esta parte sur de la revolución americana, el artiguismo significa, no sólo mención de los derechos de los pueblos, sino los pueblos mismos, ejerciendo en los hechos los derechos conquistados”.
La estrategia de Andresito se mueve en la batalla rápida, en la presencia de los grupos que parecían surgir  desde lugares fantasmas, para ocultarse luego, fantasmas ellos mismos, en la espesura de las selvas misioneras o en los vericuetos de agua de la Iberá.
Y esa misma convicción libertaria lo llevó a Corrientes donde la sociedad lo rechaza de plano, y es que esa misma sociedad, hacendada ya, no podía menos que sentirse herida por la presencia del general y su origen indio, ignorando así los basamentos de la “Patria Americana”. De esta etapa rescata el historiador chaqueño, Ramón Tissera: “era de buen corazón y mucho más instruido de lo que podía suponerse: cuando sus fuerzas ocupaban alguna ciudad, se ofendía sensiblemente si las familias caracterizadas no concurrían a sus festejos, que consistían en representaciones dramático-religiosas heredadas de su educación jesuítica”.
En ese aspecto, se cuenta que una vez, resentido por la inasistencia de la clase alta a un espectáculo musical, hizo que los hombres principales limpiaran la plaza de malezas y las damas bailaran con sus soldados.
El intercambio epistolar de Andresito y Artigas fue todo lo frecuente que lo exigían las circunstancias.
La libertad de indios y mulatos tuvo en Andresito a un rápido ejecutor, si bien las páginas de los historiadores de Corrientes tienen hacia él un permanente tono despectivo, no puede pasarse lo escrito por Mantilla, que no simpatizaba precisamente con él, relatando su entrada a la ciudad de San Juan de Vera: “Andresito hizo su entrada a las 21, a distancia de una legua de la ciudad, dejó su caballo y se desprendió del sable.
Caminó ese trayecto precedido por un escuadrón de caballería y dos cañones y seguido por un batallón de infantería y un piquete de caballería, en cuyo centro iban dos banderas de su ejército. El Cabildo y los sacerdotes lo recibieron bajo palio, en las afueras de la ciudad. Descansó en el templo de La Cruz escuchando himnos religiosos”. Y más adelante: “tomó posesión de la ciudad dando vueltas a la plaza con todo su acompañamiento y se alojó en la casa de Manuel Vedoya”.
Ningún signo de “hordas salvajes” en la descripción. Hernán Gómez dice a su vez: “La ilustración de Andrés Artigas es indiscutida. Su letra y firma claras, revelan su cultura definida. Lo hemos observado en la correspondencia  oficial conservada en el archivo y que le pertenece, fuera de duda”.
Andresito recorrió el interior de Corrientes, “el 23 de marzo, dejando destacamento en Goya y en la capital –dice Salvador Cabral- se retira al trote, al frente de sus tropas, Andresito Artigas”.
Será su campaña final, con suerte variada. Y así llega el 24 de junio de 1819, había cruzado el río Uruguay y una patrulla esclavista lo encuentra sólo y desarmado. “Y hecho herido y prisionero, Andrés Guacurarí y Artigas, fuertemente custodiado, comenzaba a ser conducido a pie, bajo ataduras de cuero crudo mojado a Porto Alegre, para tomar, sin regreso, el camino de la prisión”.
No hay fecha de su muerte, encadenado en un sótano de la isla Das Cobras. Durísimo golpe para Artigas, principio del fin del sueño de la Confederación de los Pueblos Libres.
(*) La autora, escritora y poeta fue directora de prensa de la provincia de Corrientes , habiendo entablado cordiales relaciones con los periodistas obereños en oportunidad de la Exposición “40 Aniversario de Oberá” (1968) donde encabezó la importante delegación correntina.

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